Fábula de la sirena y los borrachos
Todos estos señores estaban dentro
cuando ella entró completamente desnuda
ellos habÃan bebido y comenzaron a escupirla
ella no entendÃa nada recién salÃa del rio
era una sirena que se habÃa extraviado
los insultos corrÃan sobre su carne lisa
la inmundicia cubrió sus pechos de oro
ella no sabÃa llorar por eso no lloraba
no sabÃa vestirse por eso no se vestÃa
la tatuaron con cigarrillos y con corchos quemados
y reÃan hasta caer al suelo de la taberna
ella no hablaba porque no sabÃa hablar
sus ojos eran color de amor distante
sus brazos construÃdos de topacios gemelos
sus labios se cortaron en la luz del coral
y de pronto salió por esa puerta
apenas entro al rio quedó limpia
relució como una piedra blanca en la lluvia
y sin mirar atrás nadó de nuevo
nadó hacia nunca más hacia morir.
poema de Pablo Neruda en Regresó la sirena (1954)
Añadido por Dan Costinaş
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Citas similares
La casada infiel
Y que yo me la llevé al rÃo
creyendo que era mozuela,
pero tenÃa marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oÃdo
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del rÃo.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapan
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frÃo.
Aquella noche corrÃ
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé al rÃo.
Con el aire se batÃan
las espaldas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legÃtimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al rÃo
poema de Federico GarcÃa Lorca en Romancero Gitano (1928)
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Grupo
Llevaban un montón de tiempo conviviendo.
Y habÃan empezado a repetirse un poco:
Él era ella,
Y ella era él.
Ella era ella,
Y él, era ella también.
Ella a veces era o no era,
Entonces él llegaba a ser ellas,
O algo asÃ, por el estilo.
Por la mañana sobre todo,
Hasta que conseguÃan terminar de deslindarse
Quién era quién,
Dónde empezaban y dónde acababan,
¡Por qué asà y no de otro modo,
PerdÃan un sinfin de horas!
Pasaba el tiempo como por un rÃo llevado.
Trataban hasta de besarse a veces,
Pero de pronto descubrÃan,
Que ambos eran ella.
Más fáciles de repetir.
Y asustados, se ponÃan, pues
A bostezar.
Era un bostezo asÃ,
De lana suave
Que hasta se podÃa tricotar
De la siguiente forma:
Una de ellas bostezaba muy atenta,
Mientras la otra sujetaba el ovillo.
poema de Marin Sorescu, traducido por Catalina Iliescu
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Cuando salÃa para la escuela, también mi madrastra se sinceró conmigo. Estábamos a solas, en la entrada de casa y me dijo que en aquel dÃa tan triste para todos nosotros esperaba "contar con un comportamiento adecuado" por mi parte. No sabÃa qué responderle, asà pues no dije nada. Quizá haya interpretado mal mi silencio, porque continuó diciéndome que no habÃa querido herir mi sensibilidad y que sabÃa que su advertencia era, en realidad, innecesaria. Estaba segura de que yo, un muchacho de quince años, era perfectamente capaz de calibrar la "gravedad del golpe que habÃamos recibido"; ésas fueron sus palabras. Asentà con la cabeza y vi que con eso le bastaba. Entonces, hizo un gesto con la mano, y temà que fuera a abrazarme. No lo hizo, se limitó a soltar un largo y profundo suspiro entrecortado. Me di cuenta de que sus ojos se ponÃan húmedos; me sentà incómodo. Después, me dejó ir. Fui andando desde la escuela hasta el almacén. Era una mañana limpia y tibia para ser el principio de la primavera. Hubiera podido desabrochar mi abrigo, pero desistÃ: la ligera brisa podÃa haber hecho que las solapas hubieran ocultado de manera antirreglamentaria mi estrella amarilla.
Imre Kertész en Sin destino (1975)
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Por un momento ella se quedó en la cama pensando en su madre, quien, aunque enferma toda su vida y apenas capaz de ganarse la vida, nunca les pidió a sus primos nada. Si uno de sus vecinos le decÃa, -Tú tienes parientes ricos, porque no les dejas saber que existes-, ella les contestaba con una sonrisa, -¿Sabes qué es lo mejor de los parientes ricos? Que tú no tienes que mantenerlos.
Shmuel Yosef Agnon en Una simple historia (1935)
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Empezó a pasar demasiado tiempo rondando por casa de la viuda, asà que ella por fin le dijo que si no de-jaba de rondar por ahà le iba a buscar algún problema. Diablo cómo se puso. Dijo que iba a demostrar quién mandaba en Huck Finn. Asà que un dÃa me estuvo esperando en la fuente, me agarró y me llevó rÃo arriba tres millas en un bote y cruzó al lado de Illinois, donde habÃa bosques y no habÃa más casas que una vieja cabaña de troncos en un sitio con tantos árboles que no se podÃa encontrar si no se sabÃa el camino ya antes. Me llevaba siempre con él y nunca tuve la oportunidad de escaparme. Vivimos en aquella cabaña y siempre cerraba la puerta con llave; por las noches se acostaba con ella debajo de la almohada.
Mark Twain en Las aventuras de Huckleberry Finn (1884)
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¿No podrÃa ir a un asilo de ancianos? Sà podrÃa; pero para eso siempre queda tiempo. Mientras pueda valerse, no piensa ir; porque la libertad no se compra con todo el oro del mundo. Ha vivido en esta casa 52 años seguidos, los suficientes para echar en ella raÃces que llegan al centro de la tierra. Yo la visito todos los lunes. Hablamos de todo. Me lo cuenta todo. La entretengo con historias de Alaska. En mi afán de arrimar el ascua a mi sardina, salgo con temas sobrenaturales, como por ejemplo: que ella pudiera muy bien ir derecha al cielo sin pasar por el purgatorio si ofrece sus sufrimientos tanto los exteriores como los interiores y los une a los de Cristo en la cruz. Eso la convertirÃa en un Cristo viviente y doliente y la transformarÃa en corredentora por participación. Siempre que voy llevo preparados algunos chistes que la hacen reÃr hasta que la invade la tos. Yo pienso: hacer reÃr a doña Inés es la decimaquinta obra de misericordia.
cita de Segundo Llorente
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La última imagen que su madre tenÃa de él era la de su paso fugaz por el dormitorio. La habÃa despertado cuando trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquÃn del baño, y ella encendió la luz y lo vio aparecer en la puerta con el vaso de agua en la mano, como habÃa de recordarlo para siempre. Santiago Nasar le contó entonces el sueño, pero ella no les puso atención a los árboles.
Gabriel GarcÃa Márquez en Crónica de una muerte anunciada (1981)
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La boca, por lo que podÃa ver de ella bajo el tupido bigote, era fina y tenÃa una apariencia más bien cruel, con unos dientes blancos peculiarmente agudos; éstos sobresalÃan sobre los labios, cuya notable rudeza mostraba una singular vitalidad en un hombre de su edad. En cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior; el mentón era amplio y fuerte, y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era de una palidez extraordinaria.
Bram Stoker en Drácula (1897)
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Loca
Loca (Loca)
No te pongas bruto
Loca
Que te la bebe’
Dance or Die (Loca)
El está por mi y por ti borró
Y eso que tú tienes to’
Y yo ni un KikÃ
El está por mi
Y por ti borró (borró)
Y eso que tú tienes to’
Y yo ni un KikÃ
Ella se hace la bruta pa’ cotizar
Cinco minutitos de su saldo del celu contigo
Te cotorrea el oÃdo pa’ tenerte en alta
Ella muere por ti, tu por mi es que matas.
Sigo tranquila como una paloma de e’quina
Mientras ella se pasa en su BM
Mira yo de aquà no me voy, se que está está por mÃ
Y ninguna va poder quitármelo de un tirón
Yo soy loca con mi tigre
Loca, Loca, Loca
Soy loca con mi tigre
Loca, Loca, Loca
Soy loca con mi tigre
(Loca, Loca, Loca)
Soy Loca con mi tigre
(Loca, Loca, Loca)
El está por mÃ
Y por ti borró (borró)
Y eso que tú tienes to’
Y yo ni un KikÃ
El está por mÃ
Y por ti borró (borró)
Y eso que tú tienes to’
Y yo ni un KikÃ
Mientras ella te complace con todos tus caprichos
Yo te llevo al malecón por un caminito
Me dicen que tu novia anda con un rifle
Porque te vio bailando mambo pa’ mi
¿Qué no lo permite?
Yo no tengo la culpa de que tú te enamore’
Mientras él te compra flores yo compro condo’ (whooo)
Yo soy loca con mi tigre
Cuanto más rayas mejor
Y mira, eso es lo que dicen
Yo soy loca con mi tigre
Loca, Loca, Loca
Soy loca con mi tigre
Loca, Loca, Loca
Soy loca con mi tigre
(Loca, Loca, Loca)
Soy Loca con mi tigre
(Loca, Loca, Loca)
Dios mio! (ah)
Se colán lo ra-ta-ta
No te ponga’ bruto
Que te la bebe
Loca (Loca)
Loca.
canción interpretada por Shakira
Añadido por Simona Enache
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Un buen dÃa, a mi marido se le ocurrió hacer un sistema solar en miniatura en la habitación de los gemelos. Con todos sus planetas, un montón de estrellitas, y hasta un cohete recién salido de la NASA. Mi hijo mayor les regaló un globo terráqueo, de esos que tienen luz por dentro. Pedro no podÃa entender que esa fuese la tierra, el lugar en que vivimos. Toda redondita. Él no veÃa nada redondo cuando Ãbamos a Ibiza en barco.
Tomi MartÃnez de la Torre en ¡Una peluquerÃa, por favor!
Añadido por Dan Costinaş
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Su serena respiración era más lenta que la de Eguchi. De vez en cuando el viento pasaba sobre la casa, pero ya no tenÃa el sonido de un invierno inminente. El bramido de las olas contra el acantilado se suavizaba al aproximarse. Su eco parecÃa llegar del océano como música que sonara en el cuerpo de la muchacha y los latidos de su pecho y el pulso de ella le servÃan de acompañamiento. Al ritmo de la música, una mariposa pura y blanca danzó sobre sus párpados cerrados. Retiró la mano de la muñeca de ella. No la tocaba en ninguna parte. Ni la fragancia de su aliento, ni de su cuerpo, ni de sus cabellos era fuerte.
Yasunari Kawabata en La casa de las bellezas durmientes (1961)
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Canción de Otoño en Primavera
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreÃa como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tÃmido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
HerodÃas y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unÃa.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvÃa...
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...
Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roerÃa, loca,
con sus dientes el corazón.
Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
sÃntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardÃn...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mÃa el Alba de oro!
poema de Rubén DarÃo (1905)
Añadido por Dan Costinaş
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Y era una costumbre entre estos Señores, que cuando aquello asà se hacia, el que la tal borla le ponia en la cabeza al otro, juntamente con ponérsela, le habia de nombrar el nombre, el cual habia de tener de allà adelante. É ansÃ, Viracocha Inca, como le pusiese la borla en la cabeza, le dijo: "Yo te nombro para de hoy más te nombren los tuyos é las demás naciones que te fueren sujetas, Pachacutec Yupanqui Capac Indichuri;" que dice: "Vuelta de tiempo, Rey Yupanqui, Hijo del Sol."El Yupanqui es el alcuña é linaje de do ellos son, porque ansà se llamó Manco Capac, que por sobrenombre tenia Yupanqui.
Juan de Betánzos en Suma y narracion de los Incas, que los indios llamaron Capaccuna, que fueron señores de la ciudad del Cuzco y de todo lo á ella subjeto (1880)
Añadido por Dan Costinaş
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Lo Fatal
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
poema de Rubén DarÃo (1905)
Añadido por Paul Abucean
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Mickey Mouse llevarÃa guantes blancos en la mayorÃa de sus apariciones. Una de las razones más verosÃmiles del añadido de los guantes serÃa poder distinguir a los personajes cuando sus cuerpos estaban pegados, ya que todos ellos eran de color negro.
cita de Walt Disney
Añadido por Dan Costinaş
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La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso.
cita de Franz Liszt
Añadido por Dan Costinaş
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Sin embargo, el temor acompaña a lo desconocido. El temor les llegó como una droga, aunque no procedente del botiquÃn de ella caminaron con calma sin nada que decirse por los pasillos de los juzgados, Harald dejó pasar a Claudia con la cortesÃa de un desconocido cuando encontraron la puerta, entraron y avanzaron de lado torpemente para sentarse en los bancos. Incluso el olor del lugar era como el de un paÃs extranjero al que hubieran sido deportados. El olor a barreras de madera pulidas y suelo encerado.
Nadine Gordimer en Un arma en casa (1998)
Añadido por Dan Costinaş
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Entonces, comenzaron a ganar altura hacia el este, parecÃa; después, oscureció y se encontraron en plena tormenta, la lluvia tan espesa que podÃa haber creÃdo volar a través de un cascada, y después salieron de ella y Compie volvió la cabeza y sonrió, señalando a algo con el dedo, delante de ellos, todo lo que pudo ver, tan vasta como el mundo, inmensa, alta e increÃblemente blanca bajo el sol, era la cima cuadrada del Kilimanjaro. Y entonces comprendió que era adonde iba.
Ernest Hemingway en Las nieves del Kilimanjaro (1936)
Añadido por Dan Costinaş
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Entonces descubrà un cuerpo de mujer del que no puedo decir que nunca habÃa visto nada igual. Tal como estaba, tumbada de espaldas, sus pequeños pechos vistos desde arriba apenas se distinguÃan, aunque sà se formaba una zona mullida sobre la cual la pequeña pepita rodeada de un medallón de color vino reposaba sobre una discreta almohadilla.
Camil Petrescu en El lecho de Procusto (1933)
Añadido por Dan Costinaş
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Esta es su tierra, y no hay razón para que no se comporten con naturalidad, sus raÃces han ido hundiéndose en este suelo generación tras generación, sin necesidad de que vengas de lejos en su busca. En cuanto a los que se fueron de aquà hace tiempo, en su época no existÃa todavÃa la estación de autobuses, y menos aún los coches de lÃnea. Por rÃo, habÃa que tomar una barca cubierta de esteras; y por tierra, alquilar una carreta. Si realmente uno no tenÃa dinero, sólo podÃa contar con sus suelas. Ahora, todos los que aún tienen un soplo de vida regresan, incluso desde la otra orilla del PacÃfico, ya sea en utilitario o en coche de lujo con aire acondicionado. Algunos han hecho fortuna, otros se han hecho famosos, otros no son nada, pero han envejecido y quieren volver. Al aproximarse al final de la vida, ¿quién no siente nostalgia por su tierra?
Gao Xingjian en La montaña del alma (1990)
Añadido por Dan Costinaş
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