La última imagen que su madre tenÃa de él era la de su paso fugaz por el dormitorio. La habÃa despertado cuando trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquÃn del baño, y ella encendió la luz y lo vio aparecer en la puerta con el vaso de agua en la mano, como habÃa de recordarlo para siempre. Santiago Nasar le contó entonces el sueño, pero ella no les puso atención a los árboles.
Gabriel GarcÃa Márquez en Crónica de una muerte anunciada (1981)
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Empezó a pasar demasiado tiempo rondando por casa de la viuda, asà que ella por fin le dijo que si no de-jaba de rondar por ahà le iba a buscar algún problema. Diablo cómo se puso. Dijo que iba a demostrar quién mandaba en Huck Finn. Asà que un dÃa me estuvo esperando en la fuente, me agarró y me llevó rÃo arriba tres millas en un bote y cruzó al lado de Illinois, donde habÃa bosques y no habÃa más casas que una vieja cabaña de troncos en un sitio con tantos árboles que no se podÃa encontrar si no se sabÃa el camino ya antes. Me llevaba siempre con él y nunca tuve la oportunidad de escaparme. Vivimos en aquella cabaña y siempre cerraba la puerta con llave; por las noches se acostaba con ella debajo de la almohada.
Mark Twain en Las aventuras de Huckleberry Finn (1884)
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Nunca fantaseé con Rita Hayworth. Iba maqueada, lacada, barnizada, depilada, inyectada y emperifollada. Despidió a mi padre antes de que el matrimonio Hilliker-Ellroy implosionara. Rita era el deus ex machina por defecto de mi padre. Mi padre tenÃa una relación relajada con Rita. Era ella quien la habÃa terminado, no él. HabÃa más relaciones relajadas por delante. HabÃa otras Ritas por ahÃ. Ya se buscarÃa una.
James Ellroy en A la caza de la mujer (2010)
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Sin embargo, el temor acompaña a lo desconocido. El temor les llegó como una droga, aunque no procedente del botiquÃn de ella caminaron con calma sin nada que decirse por los pasillos de los juzgados, Harald dejó pasar a Claudia con la cortesÃa de un desconocido cuando encontraron la puerta, entraron y avanzaron de lado torpemente para sentarse en los bancos. Incluso el olor del lugar era como el de un paÃs extranjero al que hubieran sido deportados. El olor a barreras de madera pulidas y suelo encerado.
Nadine Gordimer en Un arma en casa (1998)
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Fábula de la sirena y los borrachos
Todos estos señores estaban dentro
cuando ella entró completamente desnuda
ellos habÃan bebido y comenzaron a escupirla
ella no entendÃa nada recién salÃa del rio
era una sirena que se habÃa extraviado
los insultos corrÃan sobre su carne lisa
la inmundicia cubrió sus pechos de oro
ella no sabÃa llorar por eso no lloraba
no sabÃa vestirse por eso no se vestÃa
la tatuaron con cigarrillos y con corchos quemados
y reÃan hasta caer al suelo de la taberna
ella no hablaba porque no sabÃa hablar
sus ojos eran color de amor distante
sus brazos construÃdos de topacios gemelos
sus labios se cortaron en la luz del coral
y de pronto salió por esa puerta
apenas entro al rio quedó limpia
relució como una piedra blanca en la lluvia
y sin mirar atrás nadó de nuevo
nadó hacia nunca más hacia morir.
poema de Pablo Neruda en Regresó la sirena (1954)
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La casada infiel
Y que yo me la llevé al rÃo
creyendo que era mozuela,
pero tenÃa marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oÃdo
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del rÃo.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapan
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frÃo.
Aquella noche corrÃ
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé al rÃo.
Con el aire se batÃan
las espaldas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legÃtimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al rÃo
poema de Federico GarcÃa Lorca en Romancero Gitano (1928)
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El Cordobes
Todo envuelto en polvo te vi partir, de tu bella Córdoba hasta Madrid, para demostrar lo que habÃa en ti.
Cuando tú llegaste la luz del sol, con tu valentÃa se confundió.
Y te vi reÃr loco de emoción.
Pero allà nadie pudo ver el porque reÃas asÃ, y una voz muy dentro de ti te gritó: tú puedes vencer.
Entre el y sombra luchabas tú, con la claridad de tu juventud, te sobraba ardor, te sobraba luz.
Ni un momento el miedo te dominó y la muerte cerca de ti pasó, porque como tú, nadie se acercó.
Pero al fin todo mundo vio el porqué reÃas asÃ, cuando oyó muy dentro de ti, esa voz que ayer te alentó.
Desde que la vida te vio nacer, ¡Oh Manuel Benites, que amarga fue! hasta que te llamaron "El Cordobés".
canción interpretada por Dalida, música de Gerard Bourgeois
Añadido por Simona Enache
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El guardador de rebaños
El guardador de rebaños
En un medio dÃa de fin de primavera
Tuve un sueño como una fotografÃa.
Vi a Jesucristo descender a la tierra.
Vino por la ladera de un monte
Tornado otra vez niño,
A correr y a revolcarse por la hierba
Y a arrancar flores para tirarlas luego
Y a reÃrse de modo que lo escuchen de lejos.
HabÃa huido del cielo.
Era demasiado nuestro para fingirse
La segunda persona de la Trinidad.
En el cielo era todo falso, todo en desacuerdo
Con flores y árboles y piedras.
En el cielo habÃa que estar siempre serio
Y de vez en cuando tornarse otra vez hombre
Y subir a la cruz, y estar siempre muriendo
Con una corona toda alrededor de espinas
Y los pies atravesados por un clavo con cabeza,
Y hasta con un trapo alrededor de la cintura
Como los negros de las ilustraciones.
Ni siquiera lo dejaban tener padre y madre
Como los otros niños.
Su padre era dos personas:
Un viejo llamado José, que era carpintero.
Y que no era su padre;
Y el otro padre era una paloma estúpida,
La única paloma fea del mundo
Porque no era del mundo ni era paloma.
Y su madre no habÃa amado antes de tenerlo.
No era mujer: era una valija
En la que habÃa venido del cielo.
Y querÃan que él, que solo naciera de madre,
Y nunca tuviera un padre para amar con respeto,
Pregase la bondad y la justicia!
Un dÃa que Dios estaba durmiendo
Y el EspÃritu Santo andaba volando,
Él fue a la caja de los milagros y robó tres.
Con el primero hizo que nadie supiera que habÃa huido.
Con el segundo se hizo eternamente humano y niño.
Con el tercero creó un Cristo eternamente en la cruz
Y lo dejó clavado en la cruz que hay en el cielo
Y sirve de modelo a las otras.
Después huyó hacia el sol
Y descendió por el primer rayo que encontró.
Hoy vive en mi aldea conmigo.
Es un niño de risa bonita y natural.
Limpia la nariz con el brazo derecho,
Chapotea en los charcos de agua,
Recoge flores, las disfruta y después las olvida.
Les tira piedras a los burros,
Roba fruta en las plantaciones
Y huye llorando y gritando por los perros.
Y, porque sabe que a ellas no les gusta
Y que a todos les causa gracia,
Corre atrás de las muchachas
Que van en grupo por los caminos
Con tinas de agua en las cabezas
Y les levanta las polleras.
A mi me enseñó todo.
Me enseñó a observar las cosas
Me señala todas las cosas que hay en las flores.
Me muestra como son graciosas las piedras
Cuando uno las tiene en la mano
Y las observa lentamente.
... Él vive conmigo en mi casa en medio de la colina.
Él es el Niño Eterno, el dios que faltaba.
Él es lo humano que es natural,
Él es lo divino que sonrÃe y juega.
Y por eso es que yo se con toda certeza
Que él es el Niño Jesús verdadero.
Y el niño tan humano que es divino
Es esta mi cotidiana vida de poeta,
Y es porque él anda siempre conmigo que yo soy poeta siempre.
Y que mi más mÃnima mirada
Me llena de sensación,
Y el más pequeño sonido, sea de lo que sea,
Parece hablar conmigo.
El Niño Nuevo que habita donde vivo
Me da una mano a mi
Y la otra a todo lo que existe
Y asà vamos los tres por el camino venidero,
Saltando y cantando y riendo
Y gozando de nuestro secreto común
Que es el de saber por todas partes
Que no hay misterio en el mundo
Y que todo vale la pena.
El Niño Eterno me acompaña siempre.
La dirección de mi mirada es su dedo señalando.
Mi oÃdo atento alegremente a todos los sonidos
Son las cosquillas que él me hace, jugando, en las orejas.
Nos llevamos tan bien el uno con el otro
En compañÃa de todo
Que nunca pensamos el uno en el otro,
Pero vivimos juntos los dos
En un acuerdo Ãntimo
Como la mano derecha con la izquierda.
Al anochecer jugamos a las cinco piedritas
En el escalón de la puerta de casa,
Graves como corresponde a un dios y a un poeta,
Y como si cada piedra
Fuese todo un universo
Y fuera por eso un gran peligro para ella
Dejarla caer al suelo.
Después yo le cuento historias de las cosas de los hombres
Y él sonrÃe, porque todo es increÃble.
Se rÃe de los reyes y de los que no son reyes,
Y siente pena al oÃr hablar de las guerras,
Y de los negocios, y de los navÃos
Que dejan humo en el aire de altamar.
Porque él sabe que todo eso falta a aquella verdad
Que una flor tiene al florecer
Y que anda con la luz del sol
Modificando los montes y los valles
Y haciendo doler los ojos por la claridad de los muros.
Después el se adormece y yo lo acuesto.
Lo llevo a upa para dentro de casa
Y lo acuesto, desnudándolo lentamente
Como siguiendo un ritual muy limpio
Y todo materno hasta que queda desnudo.
Él duerme dentro de mi alma
Y a veces despierta de noche
Y juega con mis sueños.
Los da vuelta patas para arriba,
Pone unos encima de los otros
Y aplaude solo
Sonriéndole a mi sueño.
Cuando yo muera, hijito,
Sea yo el niño, el más pequeño.
Alzame vos a upa
Y llevame adentro de tu casa.
Desviste mi ser cansado y humano
Y acostame en tu cama.
Y contame historias, si despierto,
Para volverme a adormecer.
Y dame sueños tuyos para jugar
Hasta que nazca algún dÃa
Que vos sabés cual es.
Esta es la historia de mi Niño Jesús.
¿Por que razón que se perciba
No ha de ser ella mas verdadera
Que todo lo que los filósofos piensan
Y todo lo que las religiones enseñan?
poema de Fernando Pessoa en El yo profundo y los otros yos, traducido por Graciela Volco
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Grupo
Llevaban un montón de tiempo conviviendo.
Y habÃan empezado a repetirse un poco:
Él era ella,
Y ella era él.
Ella era ella,
Y él, era ella también.
Ella a veces era o no era,
Entonces él llegaba a ser ellas,
O algo asÃ, por el estilo.
Por la mañana sobre todo,
Hasta que conseguÃan terminar de deslindarse
Quién era quién,
Dónde empezaban y dónde acababan,
¡Por qué asà y no de otro modo,
PerdÃan un sinfin de horas!
Pasaba el tiempo como por un rÃo llevado.
Trataban hasta de besarse a veces,
Pero de pronto descubrÃan,
Que ambos eran ella.
Más fáciles de repetir.
Y asustados, se ponÃan, pues
A bostezar.
Era un bostezo asÃ,
De lana suave
Que hasta se podÃa tricotar
De la siguiente forma:
Una de ellas bostezaba muy atenta,
Mientras la otra sujetaba el ovillo.
poema de Marin Sorescu, traducido por Catalina Iliescu
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Y era una costumbre entre estos Señores, que cuando aquello asà se hacia, el que la tal borla le ponia en la cabeza al otro, juntamente con ponérsela, le habia de nombrar el nombre, el cual habia de tener de allà adelante. É ansÃ, Viracocha Inca, como le pusiese la borla en la cabeza, le dijo: "Yo te nombro para de hoy más te nombren los tuyos é las demás naciones que te fueren sujetas, Pachacutec Yupanqui Capac Indichuri;" que dice: "Vuelta de tiempo, Rey Yupanqui, Hijo del Sol."El Yupanqui es el alcuña é linaje de do ellos son, porque ansà se llamó Manco Capac, que por sobrenombre tenia Yupanqui.
Juan de Betánzos en Suma y narracion de los Incas, que los indios llamaron Capaccuna, que fueron señores de la ciudad del Cuzco y de todo lo á ella subjeto (1880)
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Su serena respiración era más lenta que la de Eguchi. De vez en cuando el viento pasaba sobre la casa, pero ya no tenÃa el sonido de un invierno inminente. El bramido de las olas contra el acantilado se suavizaba al aproximarse. Su eco parecÃa llegar del océano como música que sonara en el cuerpo de la muchacha y los latidos de su pecho y el pulso de ella le servÃan de acompañamiento. Al ritmo de la música, una mariposa pura y blanca danzó sobre sus párpados cerrados. Retiró la mano de la muñeca de ella. No la tocaba en ninguna parte. Ni la fragancia de su aliento, ni de su cuerpo, ni de sus cabellos era fuerte.
Yasunari Kawabata en La casa de las bellezas durmientes (1961)
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El rey ordenó a su visir que cada noche le llevara una virgen y cuando la noche habÃa transcurrido mandaba que la matasen. Asà estuvo haciendo durante tres años y en la ciudad no habÃa ya ninguna doncella que pudiera servir para los asaltos de este cabalgador. Pero el visir tenÃa una hija de gran hermosura llamada Scheherazade... y era muy elocuente y daba gusto oÃrla.
en Las mil y una noches
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Por un momento ella se quedó en la cama pensando en su madre, quien, aunque enferma toda su vida y apenas capaz de ganarse la vida, nunca les pidió a sus primos nada. Si uno de sus vecinos le decÃa, -Tú tienes parientes ricos, porque no les dejas saber que existes-, ella les contestaba con una sonrisa, -¿Sabes qué es lo mejor de los parientes ricos? Que tú no tienes que mantenerlos.
Shmuel Yosef Agnon en Una simple historia (1935)
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Cada cosa tiene el precio de lo que has invertido emocionalmente en ella. Entonces un poema por el cual el autor era castigado tenÃa más impacto que un poema que se publica cuando las condiciones son más fáciles.
Ana Blandiana en entrevista del «El PaÃs» (por Carolina Ethel) (2009)
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En tiempos inmemoriales, una rival le habÃa arrojado vitriolo a la cara, pero ella pudo esquivarla y solamente dos o tres gotas de ácido le señalaron la mejilla izquierda y la comisura de los labios, dejando unas pequeñas huellas que ella consideraba que realzaban su encanto.
BorÃs Pasternak en Doctor Zhivago (1957)
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Las cualidades de Marianne estaban, en muchos aspectos, a la par de las de Elinor. TenÃa inteligencia y buen juicio, pero era vehemente en todo; ni sus penas ni sus alegrÃas conocÃan la moderación. Era generosa, amable, atrayente: era todo, menos prudente. La semejanza entre ella y su madre era notable.
Jane Austen en Sentido y sensibilidad (1811)
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Su hermoso, ondulado y dorado cabello se agitaba atrapado por el viento. Yo estaba escandalizada por su libertad y sin embargo también cautivada. Él habÃa vivido en Francia toda su vida, tenÃa acento francés y arrastraba las erres. Era como una criatura salvaje. No parecÃa importarle lo que la gente pensaba acerca de él. SentÃ, mientras caminaba calle abajo con él, que podÃa irse en cualquier momento, tenÃa tan poca conexión con el comportamiento ordinario.
cita de Peggy Guggenheim
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1 comentario - ¡Comentar! | ¡Votar! | ¡Copia!
Alguna vez él le habia dicho algo que ella no podÃa concebir: que los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Asà se sentÃa ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba.
Gabriel GarcÃa Márquez en El amor en los tiempos del cólera (1985)
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Cuando yo tenÃa catorce años, mi padre era tan ignorante que no podÃa soportarle. Pero cuando cumplà los veintiuno, me parecÃa increÃble lo mucho que mi padre habÃa aprendido en siete años.
cita de Mark Twain
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Yo mismo me transformé en un "autogenio". TenÃa un bajón con el tango, lo habÃa abandonado por completo y en cambio, era compositor de sinfonÃas, de oberturas, de conciertos para piano, música de cámara, sonatas. Vomitaba un millón de notas por segundo.
cita de Astor Piazzolla
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Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo habÃa una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle tÃtulo de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas habÃa puesto.
Miguel de Cervantes Saavedra en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605)
Añadido por Dan Costinaş
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