Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeald trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste.
Jean Giono en El hombre que plantaba árboles (1953)
Añadido por Dan Costinaş
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